miércoles, 3 de julio de 2013

LA ARQUITECTURA COMO METÁFORA ECOLÓGICA







La arquitectura como metáfora ecológica -
O porque no tiene sentido hablar de arquitectura donde no la hay
pasando por encima de lo urbano como todo

Dr. Norbert-Bertrand Barbe

            Empezar a pensar la arquitectura como fenómeno individual en un contexto en el que, por un lado, de la opinión general, no hay objeto (arquitectónico) circundante, y dónde no hay planificación urbana, sino a nivel de leyes o intención, digamos al nivel de hecho, parece un juego carente de sentido en muchos aspectos.
            En primera instancia, pensar el hecho arquitectónico, es decir, la obra, dentro de una circunstancia en que ésta no se piensa dentro del entorno es como pensar el árbol aislado del bosque, lo que puede tener sentido cuando no hay bosque, sino un ámbito de concreto que cerca el árbol, pero lo limita, entonces, a ser pensado como un fenómeno - u un objeto - extraído de algo que no existe a su alrededor. Dicho de otra forma, pensar el edificio fuera de lo urbanístico, porque lo urbanístico no existe, es reproducir la situación de carencia incrementándola. El que siembra un árbol en su jardín muy pocas veces pretenderá, por lo menos no seriamente, repoblar así el territorio y transformar su terreno (a menos que se extiende muy por encima de las dimensiones clásicas de un jardín y tenga una superficie de parque o de bosque real) en un bosque o una selva. El que piensa el edificio fuera de lo urbano, cuando no hay arquitectura a la vista dentro de lo que podríamos, atreviéndonos, llamar un desierto de urbanismo, tampoco pretenderá recrear nada más que un objeto fuera de toda concepción que no sea él mismo.
            Ahora, si el edificio como el árbol puede existir fuera de todo contexto, al igual que el árbol, si llega a desarrollarse y reproducirse, lo más probable es que lo haga de manera parásita. Y si no, su propio nacimiento yace en su lecho de muerte, dentro de un contexto inexistante que no lo propició ni lo redimió.
            Ahora bien, es cierto, sin embargo, que un edificio que fuera - o tuviera rasgos - arquitectónico(s) podría dar algún tipo de pauta dentro de un ámbito edilicio inexistente en sentido estético. Pero, para que tal milagro existiera, se necesitaría aún algo más: la existencia de quiénes puedan entender su lugar, su papel, su función, su belleza. No será el pueblo, privado de competencia visual, tampoco el arquitecto sin gremio. Por ende, es muy poco probable que un solo edificio favorezca la regeneración ciudadana, como tampoco un solo árbol dará un bosque, mucho menos variado - porque para recrear lo perdido u inexistante, hace falta la voluntad de pluralidad, y las acciones que la favorezcan (sembrar suficientes árboles de suficiente especies para provocar un efecto Arca de Noé) -, así como "Una golondrina no hace verano".
            Así, curiosamente, a plantearnos el edificio como punto fundamental de nuestro quehacer (en la docencia, en particular, mediante las más numerosas asignaturas de los pensum de las carreras de arquitectura, que integran clases de diseño, de composición, y de proyectos), no promovemos, paradójicamente, la existencia de un tejido urbano, sino que, simplemente, favorecemos su maltrato. Al nunca preguntarnos (no basta con plantearse la factibilidad o la necesidad, sino también la viabilidad, la ecosostenibilidad y la pertinencia o le coût environnemental/e) la urgencia de las construcciones sino en términos de realización, "realizabilidad" diríamos, de resolución inmediata, nunca percibimos el costo real de dicho proyecto. Puede ser, y sin duda así es, que el costo sea beneficioso para el constructor, quien saca ventaja de la construcción de lotes, aún demasiado pequeños, demasiado hacinados, demasiado horizontales o conurbanos. Puede ser que sea beneficioso a la persona que así puede hallar, si es que tiene el dinero suficiente y logra terminar de pagar sus cuotas demasiado altas, un hogar que no es sino una cárcel de calor y paredes tomada en cuarteles de urbanizaciones salvajes. Puede ser que, en cierto sentido, sea beneficioso para el gobierno que saca ventaja de realizar, en lugares históricos, o sísmicos, casas para el más pobre. Puede ser que, en cierta medida, el hacinamiento en zonas urbanizadas sea mejor que el no lugar del basurero, de la casita de plástico. Puede ser que ahí gane lo que llamamos la salubridad.
            ¿Sea, sin embargo, que resuelven, o al contrario incrementan, estas zonificaciones los problemas de ghettización, de inseguridad ciudadana, o que evitan que espacios igualmente reducidos para personas que no son ni en situación económica ni en situación cultural de preservar dichos lugares cambien su actitud generando buenas costumbres, buena vecindad, buena organización del espacio? ¿No queda, al final, igual la olla en el piso, dónde el niño juega y se quemará?
            El problema aparecería entonces más amplio. Al dar el pescado no se enseña a pescar. Pero diciendo eso no se dice tampoco nada.

            Hay tres formas de maltratar lo urbano, el desentendimiento patrimonial (no tomar en cuenta lo existente, natural o cultural), estético (el no contemplar los efectos visuales, personales, emocionales, de la arquitectura sobre los individuos) y sociológico (no prever correctamente las implicaciones vivenciales de y dentro de los conjuntos).
            La resolución puntual pervierte cada vez más el entorno, haciendo que el crecimiento sea irreparable.

            Sería necesario para resolver la ausencia urbanística hacer tabula rasa de todo lo existente, al igual que el bosque necesita, para recobrarse y regenerarse, quemar todo lo reseco. Pero al hacerlo cualquiera - que es el problema que al no tener antecedentes, tampoco hay conocimientos de maneras de hacer las cosas -, este proceso, por falta de imagen referencial de lo correcto e incorrecto, en realidad se muere antes de nacer. Reproduciéndose las malas costumbres y los malos hábitos adquiridos por falta de normativa implementada y de normalidad adquirida. El que viene de afuera tampoco es obligatoriamente capacitado, por desconocer el medio, un buen ejemplo de ello fue cuando un paisajista extranjero quiso poner en un parque central, si no mal recordamos, era el de Jinotepe, en todo el perimetro, una especie de arbusto que, para él, era exótica y bella, pero que aquí se usa para cercar las casas pobres.


            Tal vez de ahí nuestro estancamiento actual.




























































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