O
porque no tiene sentido hablar de arquitectura donde no la hay
pasando
por encima de lo urbano como todo
Dr.
Norbert-Bertrand Barbe
Empezar a pensar la arquitectura
como fenómeno individual en un contexto en el que, por un lado, de la opinión
general, no hay objeto (arquitectónico) circundante, y dónde no hay
planificación urbana, sino a nivel de leyes o intención, digamos al nivel de
hecho, parece un juego carente de sentido en muchos aspectos.
En primera instancia, pensar el
hecho arquitectónico, es decir, la obra, dentro de una circunstancia en que
ésta no se piensa dentro del entorno es como pensar el árbol aislado del
bosque, lo que puede tener sentido cuando no hay bosque, sino un ámbito de
concreto que cerca el árbol, pero lo limita, entonces, a ser pensado como un
fenómeno - u un objeto - extraído de algo que no existe a su alrededor. Dicho
de otra forma, pensar el edificio fuera de lo urbanístico, porque lo
urbanístico no existe, es reproducir la situación de carencia incrementándola.
El que siembra un árbol en su jardín muy pocas veces pretenderá, por lo menos
no seriamente, repoblar así el territorio y transformar su terreno (a menos que
se extiende muy por encima de las dimensiones clásicas de un jardín y tenga una
superficie de parque o de bosque real) en un bosque o una selva. El que piensa
el edificio fuera de lo urbano, cuando no hay arquitectura a la vista dentro de
lo que podríamos, atreviéndonos, llamar un desierto
de urbanismo, tampoco pretenderá recrear nada más que un objeto fuera de
toda concepción que no sea él mismo.
Ahora, si el edificio como el árbol
puede existir fuera de todo contexto, al igual que el árbol, si llega a
desarrollarse y reproducirse, lo más probable es que lo haga de manera
parásita. Y si no, su propio nacimiento yace en su lecho de muerte, dentro de
un contexto inexistante que no lo propició ni lo redimió.
Ahora bien, es cierto, sin embargo,
que un edificio que fuera - o tuviera rasgos - arquitectónico(s) podría dar
algún tipo de pauta dentro de un ámbito edilicio inexistente en sentido
estético. Pero, para que tal milagro existiera, se necesitaría aún algo más: la
existencia de quiénes puedan entender su lugar, su papel, su función, su
belleza. No será el pueblo, privado de competencia visual, tampoco el
arquitecto sin gremio. Por ende, es muy poco probable que un solo edificio
favorezca la regeneración ciudadana, como tampoco un solo árbol dará un bosque,
mucho menos variado - porque para recrear lo perdido u inexistante, hace falta
la voluntad de pluralidad, y las acciones que la favorezcan (sembrar
suficientes árboles de suficiente especies para provocar un efecto Arca de Noé)
-, así como "Una golondrina no hace
verano".
Así, curiosamente, a plantearnos el
edificio como punto fundamental de nuestro quehacer (en la docencia, en
particular, mediante las más numerosas asignaturas de los pensum de las carreras de arquitectura, que integran clases de
diseño, de composición, y de proyectos), no promovemos, paradójicamente, la
existencia de un tejido urbano, sino que, simplemente, favorecemos su maltrato.
Al nunca preguntarnos (no basta con plantearse la factibilidad o la necesidad,
sino también la viabilidad, la ecosostenibilidad y la pertinencia o le coût environnemental/e) la urgencia de las construcciones sino en
términos de realización, "realizabilidad" diríamos, de resolución
inmediata, nunca percibimos el costo real de dicho proyecto. Puede ser, y sin
duda así es, que el costo sea beneficioso para el constructor, quien saca
ventaja de la construcción de lotes, aún demasiado pequeños, demasiado
hacinados, demasiado horizontales o conurbanos. Puede ser que sea beneficioso a
la persona que así puede hallar, si es que tiene el dinero suficiente y logra
terminar de pagar sus cuotas demasiado altas, un hogar que no es sino una
cárcel de calor y paredes tomada en cuarteles de urbanizaciones salvajes. Puede
ser que, en cierto sentido, sea beneficioso para el gobierno que saca ventaja de
realizar, en lugares históricos, o sísmicos, casas para el más pobre. Puede ser
que, en cierta medida, el hacinamiento en zonas urbanizadas sea mejor que el no lugar del basurero, de la casita de
plástico. Puede ser que ahí gane lo que llamamos la salubridad.
¿Sea, sin embargo, que resuelven, o
al contrario incrementan, estas zonificaciones los problemas de ghettización,
de inseguridad ciudadana, o que evitan que espacios igualmente reducidos para
personas que no son ni en situación económica ni en situación cultural de
preservar dichos lugares cambien su actitud generando buenas costumbres, buena
vecindad, buena organización del espacio? ¿No queda, al final, igual la olla en
el piso, dónde el niño juega y se quemará?
El problema aparecería entonces más
amplio. Al dar el pescado no se enseña a pescar. Pero diciendo eso no se dice
tampoco nada.
Hay tres formas de maltratar lo
urbano, el desentendimiento patrimonial (no tomar en cuenta lo existente,
natural o cultural), estético (el no contemplar los efectos visuales,
personales, emocionales, de la arquitectura sobre los individuos) y sociológico
(no prever correctamente las implicaciones vivenciales de y dentro de los
conjuntos).
La resolución puntual pervierte cada
vez más el entorno, haciendo que el crecimiento sea irreparable.
Sería necesario para resolver la
ausencia urbanística hacer tabula rasa de todo lo existente, al igual que el
bosque necesita, para recobrarse y regenerarse, quemar todo lo reseco. Pero al
hacerlo cualquiera - que es el problema que al no tener antecedentes, tampoco
hay conocimientos de maneras de hacer las cosas -, este proceso, por falta de
imagen referencial de lo correcto e incorrecto, en realidad se muere antes de
nacer. Reproduciéndose las malas costumbres y los malos hábitos adquiridos por
falta de normativa implementada y de normalidad adquirida. El que viene de
afuera tampoco es obligatoriamente capacitado, por desconocer el medio, un buen
ejemplo de ello fue cuando un paisajista extranjero quiso poner en un parque
central, si no mal recordamos, era el de Jinotepe, en todo el perimetro, una
especie de arbusto que, para él, era exótica y bella, pero que aquí se usa para
cercar las casas pobres.
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